Ediciones Amargord se sube al tren dormido que atraviesa la India a través de la mirada de
José Ramón Huidobro

Presentación en la Casa de la India de Valladolid



Fernando Díez interpretando el sitar



Eva Chinchilla recita el silencio



El cuadro flamenco que nunca cantará: Díez, Rodríguez, de la Quintana y Huidobro

PRESENTACIÓN DE SLEEPING TRAIN EN CASA DE LA INDIA


Se presentó Sleeping train en la Casa de la India de Valladolid. Allí me pasé dos días para colgar las fotos de la exposición y preparar el evento en un escenario soñado. Mi equipo de producción fue de urgencia: un primo y una prima que me salvaron de haberme perdido todos los capítulos de Bricomanía. A Luis y Miriam les cuelgo la laureada de San Pepe Viyuela, en su primera edición. Aprendí los secretos de las letras de vinilo que se despegan con calor. El panel de la exposición de Alain Daniélou permanece en el poso de mi memoria venidera. También la mirada de Shamina, secretaria de la Casa de la India, la ironía más desgarradora cuando tiembla el pulso: el del pincel del pintor improvisado que pesaba como un yunque. Pero al final las cosas están en su sitio y surgen milagros de última hora como Raúl, nombre del que hizo que en la sala hubiera poemas con los que ya no contaba.

Así la sala se fue llenando de familiares y algunos habituales de la Casa. La presentación tuvo un guión: pase del vídeo editado por Óscar Cerdán, palabras de Guillermo Rodríguez, anfitrión de la Casa, José María de la Quintana, editor, Fernando Díez, asceta, y yo mismo. De ahí se pasó a un poema visual, la lectura de Eva Chinchilla y el sitar de Díez. Un contenido variado para la puesta de largo de Sleeping train.

Guillermo Rodríguez fue un firme defensor del proyecto. Fue él quien más insistió en el libro ya que el espíritu de Umbral se esfumó en su tierra y el autor se olvidó de hablar de su libro. José María de la Quintana repitió discurso respecto a Madrid, pero eso es natural, hasta Bruce repite repertorio coma a coma. Díez alabó la fotografía del libro, sin ego como la música, y yo me centré en la experiencia del viaje que ya iba tocando a su fin.

Eva hizo una lectura sosegada, con respiraciones de torera quieta. El juego de miradas con el sitarista cuando éste subió al escenario y se gustó sentándose frente al instrumento fue de maestros de ajedrez. Hubo algún destello de conexión entre la poesía y las cuerdas pero sólo fue un sueño pues la poeta salió de puntillas en silencio y la voz de Díez sustituyó a la melodía: tres ragas en el auditorio para un músico que se reencontraba con el público después de un año.

Y después las firmas, el paseo por la expo y el final de un mes dedicado en cuerpo y alma a un libro que ya ha entrado en algunas de vuestras estanterías. En unos días el aeropuerto me espera y miraré a los aviones despegar.


Fotografías de Claudio Dittamo